domingo, 10 de mayo de 2020

¿Qué es para vos una casa?



¿Qué es para vos una casa?
Un par de sábanas formando una carpa cuando tenías 8. La cama de tus padres.
Ese disco que te hace acordar a cuando eras feliz.
Ser feliz. O no serlo.

En la parte más verde del parque no hay nadie, siempre el mismo chico
en la misma silla.

no importan los idiomas
si no puedo decirte a la cara las cosas que me están pasando ahora.

no hay dos en tu burbuja.
no hay yo en tus cuadernos.
no quiero volver a escribir tu nombre si no me invitas a pasar

de nuevo.

Ella no sabía


Esta es la historia de alguien que no sabía muchas cosas.
Vamos a llamarle Madame Nean.

Siempre le gustó cambiarse el nombre, pero no sabia muy bien por qué.
Quiso ser muchas otras personas, pero sólo consiguió agruparlas en el mismo cuerpo.
Le gustaban las películas, soñó con ser actriz. Se inspiraba permanentemente en los personajes secundarios del cine. Hombres y mujeres. La belleza, el talento, las respuestas ingeniosas, los sueños y la manera en que podían hablar sin abrir la boca. Entonces se conectó con su cuerpo, descubriendo todo el potencial que tenía el refugio de sus personalidades. Mucha crema en las manos, en las piernas y en la cara; nunca en los brazos. Los brazos los usaba para abrazar; magia que,al parecer, podía transmitir al objeto/persona que rodeaba fuertemente con aquellos. Nunca los ejercitó porque creía que al darles más músculos, por ende, fuerza, cabría la posibilidad de apretar tanto a alguien, que la magia iba a convertirse en tragedia.

Pero sus piernas, ah ... sus piernas. Le gustaba pavonearse con ellas por todos lados. Las pintaba, las vestía y se encargaba de que fueran resistentes para poder escapar de cualquier situación que así lo requiriese. Nunca supo si podía correr más de 40 minutos, pero ella sabía en el fondo que apenas se presentara una situación especial, iba a empezar a correr para nunca detenerse. Todo envejecía, claramente, con el tiempo, pero las piernas de Madame Nean seguían siendo las mismas: bellas
y fuertes.

Sus manos le presentaban un gran dilema. Una decepción. Siempre se las imaginaba creando cosas hermosas, nuevas, interesantes. Siendo las dueñas de experiencias gigantes o encargándose de completar con trazos precisos, obras de arte aclamadas por sus pares. Música. Hacer música con las manos. Crearla. Crear canciones con sus manos, darle un mundo a cada una de esas personas que vivían atrapadas en su cuerpo. Darle una posibilidad de escapar, de expresarse. Pero nunca pudo. Pobre Madame Nean. No lograba lo que quería porque sus manos nunca le respondieron como ella se imaginaba.

Ella no sabía hacerlo.
Ella no sabía por dónde empezar, entonces no empezaba.
No supo de verdades, entonces conoció la mentira. Conoció el amor, la ansiedad, el gustito dulce de la procastinación. Entendió que no existe el para siempre. No es para siempre lo que se siente, ni es para siempre la importancia de lo que se hace. Cada acto trae una reacción, y es en cómo nos paramos frente a esta respuesta en donde reside nuestra madurez. Escuchó que el mundo se trata de crecer.
La tan temerosa, pero simple aventura de vivir, se trata de respirar y escuchar cada una de esas figuras que te hablan adentro. Reconocer a quién pertenece la voz predominante en la situación y confiar en que todas las otras, la equilibran. Ver el equilibrio como el colchón más cómodo donde caerse. Caerse y llorar mucho. Últimamente a ella le pasaba mucho, pero al revés. Lloraba poco, pero iba encontrándole el brillo a caerse, a sentir miedo y dolor, pero no por el golpe; sino por el esfuerzo
que requería volver al equilibrio.

Confiaba en su cuerpo, confiaba en cada uno de los elementos del sistema. Todos tenían la respuesta. Todos reaccionaban antes esas respiraciones profundas que tanto necesitaba hacer de vez en cuando. Ella no sabía cómo hacer para que valga la pena.
Ella no sabía hacer de sus penas una canción.